Origen del nombre


El Señor y los suyos con el tabernero Ebalo


1Llegados a la ciudad, hicimos un alto en el albergue de un hombre honrado, Ebalo de nombre.
2Nos acogió amablemente y dijo: «Por lo que parece y según vuestra vestimenta sois galileos de la región de Nazaret, ¿ verdad?». Nosotros lo afirmamos y él hizo que nos trajeran pan, vino y pescado, diciendo: «Podéis quedaros aquí gratuitamente durante tres  días y tres noches. Pero si, como nazarenos que sois, podéis informarme sobre el famoso sanador llamado Jesús, de quién se dice que cura maravillosamente toda clase de enfermedades, os invitaré de por vida y podréis comer y beber lo que queráis.
3Si los hechos del famoso Jesús son verdaderos, entonces haré todo para encontrarle y pedirle de rodillas que venga aquí. Y es que nuestra región, por lo demás buena y libre, tiene sin embargo, la desgracia de estar azotada constantemente por  diversas enfermedades. Aunque no sean mortales, son molestas y no podemos librarnos de ellas.
4Si fuese posible traer a este sanador aquí, por Jehová que no sabría cómo  pagárselo . Yo mismo tengo el albergue lleno de enfermos que no pueden proseguir su viaje a causa de los dolores que padecen, y algunos vienen de muy lejos. Entre ellos hay incluso egipcios, persas e indios que no pueden continuar viajando. También hay escribas de Jerusalén y dos hermanos esenios muy enfermos. Por más curanderos que han venido aquí de todas partes, nadie pudo curar estas enfermedades.
5Si podéis hacer  que venga este Jesús de Nazaret o por lo menos decirme dónde le puedo encontrar, seréis, como ya he dicho, mis invitados de por vida».
6“Sabiendo que Él está en Nazaret, ¿por qué no has enviado un mensajero ya hace tiempo?” Le pregunté.






7 «No sólo lo hice una vez sino muchas», respondió Ebalo, «pero nunca tuve la suerte de que los mensajeros me dijeran que lo habían encontrado. Sólo me contaron miles de cosas milagrosas de Él que otros les habían dicho. Pero ellos mismos nunca tuvieron la suerte de conocerle personalmente».
8 «Pues bien», respondí, «como veo que acerca del sanador Jesús no te impulsa interés propio alguno sino que únicamente te mueve el deseo de ayudar a los enfermos sin importarte de qué nación vienen -y esto es lo que me ha conducido aquí- entonces sabe para tu alegría y consuelo que Yo mismo soy este Jesús al que has buscado tantas veces. ¡Los enfermos de tu albergue quedan curados en este mismo instante! ¡Envía allí a tus sirvientes para que comprueben si todavía queda algún enfermo!».
9 Ebalo, al oír esto, se puso loco de contento y dijo: «Maestro, creo totalmente que
eres Tú y no seguiré buscándote. Además, ya puedo dar las gracias, alabar y glorificar a Dios por haber concedido inesperadamente a mi casa tan inmensa Gracia. ¡Maestro, gran Maestro divino! Pide lo que necesites para Ti y los Tuyos. Eres el Señor total de esta casa. Todo lo que encuentres en ella debe someterse a tu Voluntad».
10 Mientras hablaba, de su albergue llegó la noticia que unos dos mil enfermos se habían curado por completo. Dijeron que debía haber sido un milagro porque sin él no hubiera sido posible. Los mismos curados vendrían pronto aquí para dar las gracias más fervorosas, en palabras y hechos, al dueño del albergue.
11 «Id Y decidles que de momento no es necesario», intervino Ebalo, «pues el agradecimiento no me corresponde a mí en absoluto sino únicamente a Dios quién, por su Misericordia, ha conducido el médico milagroso a nuestra ciudad. ¡ Pedid a los extranjeros más acomodados un precio moderado por su alojamiento, pero no seáis exigentes con nadie! Los lugareños, sin embargo, no pagarán nada».
      12 Los mensajeros se fueron tras estas palabras y cumplieron lo que su señor les había mandado.
      13 Ebalo volvió a arrodillarse ante Mí y me dio las gracias con lágrimas de alegría en los ojos por la gran Gracia que había concedido a su casa.
14 Yo le dije que se levantara y que me mostrara a sus mujeres y a sus hijos.
15 Entonces él se fue para cumplir mi deseo.
16 Al traer ante Mí a sus dos mujeres y dieciséis hijos, diez varones y seis hembras,
Ebalo dijo: «Ves que soy todavía un verdadero israelita. Como antaño Jacob, el padre de nuestro linaje, tuvo dos mujeres, Lea y Raquel, con las que engendró sus hijos, yo también he tomado dos mujeres, que no son hermanas. Con la mayor he engendrado diez varones y con la menor seis hembras. Como ves, hoy los niños son ya hombres y muchachos hechos y derechos, y las seis niñas, las cuales tienen todas ya más de diez años, se han hecho doncellas; yo tengo ya setenta años.
17 Todos estos hijos han sido educados según la Escritura. Mi hijo mayor es escriba, sin embargo, no a sueldo del Templo sino sólo para sí mismo y, más adelante, para sus descendientes. Mis otros hijos también están bien instruidos en la Escritura, conocen la Voluntad pura de Dios y siempre se les dan consejos para que la cumplan.




Aman a Dios, pero también le temen. Pues el temor a Dios es el principio de la sabiduría. En mi casa rigen estrictamente las divisas sabias de Jesús de Sirac. ¿Estás Tú, gran Maestro, contento con la manera como se lleva mi casa?».
18 «Según las costumbres actuales», le respondí, «no hay nada que criticar a tu organización doméstica. Yo no prohíbo a nadie que tenga dos, tres o más mujeres; pues la mujer ha sido creada para la procreación de los seres humanos. Una mujer infecunda no complace a Dios a no ser que sea estéril por naturaleza, cosa de la que nadie es culpable.
19 Sin embargo, que en adelante ningún varón tome como esposa más que a una virgen o a una viuda que sea todavía fértil. Porque si hubiese sido la Voluntad de Dios que un varón tuviera más de una esposa, habría creado para Adán más de una sola mujer. Dios quiere que cada hombre tenga sólo una esposa.
20 Que los hombres hayan violado este primer mandamiento -lo que se convirtió en un vicio perverso especialmente entre los paganos cuando, por ejemplo, un príncipe tomaba como mujeres todas las doncellas más hermosas de su país e incluso compraba más a otros príncipes extranjeros-, no fue Voluntad de Dios sino la voluntad sensual de los hombres. Pues muchas de las mujeres de un príncipe, o de otro personaje rico, no eran hembras para procrear sino puras concubinas para excitar la virilidad perdida y el deleite sensual. Todo varón que no cumple este mandamiento primero de Dios, ya no vive plenamente en el Orden divino perfecto.
21 Distinto resulta cuando la esposa única es infecunda, como ocurrió con Raquel. Entonces el varón puede tomar otra mujer para engendrar con ella a sus descendientes. En tu caso todo está en orden, pues tu mente fue siempre limpia y agradable a Dios. Por eso eres considerado justo ante Dios y ante los hombres, de lo contrario Yo no habría llegado a tu casa».


Extraído de la obra El Gran Evangelio de Juan de Jacob Lorber. Muñoz Moya editores.